PERDIDOS EN BANGLADESH - DÍA 20
PERDIDOS EN BANGLADESH
Celeste Gioa (Argentina)
“Arapadnak”
Y entonces la gran bestia amurallada abrió sus fauces,
y exagerando su bocanada, la apartó de mí…
Éramos muy
pequeños cuando nos conocimos, cuando intercambiamos algunas palabras en inglés
y otras en bengalí. Usted en bengalí y quien escribe, en un inglés que se
mostraba prometedor… no recuerdo exactamente cuántos años teníamos en aquel
entonces, pero sí recuerdo aquellos juegos en los que corría incansablemente
para que la alcanzara… y recuerdo a sus padres, sobre todo a su madre
esquivando a los salvajes de sus hermanos.
La vida en
aquellos tiempos era bastante común, bastante apacible. Mis padres más ausentes
que presentes y yo, un niño que paulatinamente comenzaba a abandonar aquel
cuerpo infantil para mutar en uno no tan agraciado y más bien torpe… y usted
también crecía y sus padres ya no veían con buenos ojos que compartiera juegos
con el vecino que nunca dejaría de ser un extranjero… pero para mi sorpresa, a
sus ojos también pasé a ser un extraño.
Me esquivó la
mirada y prescindió del saludo. Se cruzó de calle ante mi sola presencia…
guardó silencios imperturbables y cedió en alguna oportunidad, excusas
inverosímiles para alejarme de usted. Hasta que un día, creí que la tierra se
la había fagocitado… o que usted se encontraba en la caja de objetos perdidos
en Bangladesh… porque no supe de usted y no volví a verla en años…
En esos años de
dolosa pena, me encontraba yo descubriendo los avatares de las sexualidades
acompañado de algunas amistades que el tiempo se ocuparía de alejar… y cuando
digo tiempo también me nombro… y en ese viaje astral estábamos, cuando
ingresamos al famoso burdel. Famoso por su antigüedad y por su historial de hombres
conocidos y desconocidos que caminaron sus pasillos en busca de placeres
legales pero ensombrecidos por el hechizo del engaño… famoso e inolvidable para
mi persona, porque allí la vi: allí estaba usted, adornada de colores
llamativos y pinturas resplandecientes bailoteando en su cara…
Me sentí en el
deber de salvarla de aquella bestia trituradora. Asumí el compromiso de
brindarle una vida digna, colmada de posibles lujos menos mundanos…
Salimos de allí a
paso decidido, y pese a observarme con cierta intriga culposa, usted pasó la
noche cómodamente recostada sobre mi pecho, mientras yo lamentaba para mis
adentros el desgaste de su piel y la mutación de su cuerpo… condenados ambos
por el consumo de esteroides y drogas que aquellos dueños momentáneos de su
cuerpo se vieron con el derecho de hacerle incorporar…
Su sueño se veía
interrumpido por sacudones eléctricos, algún nombre poco perceptible al oído
humano salía de su boca… la vi transpirar y volver a acomodarse sobre mi pecho.
Y me quedé dormido al fin.
Pero al despertar,
usted ya no estaba. De su presencia solo quedaba aquel gusto amargo de una sola
noche… y de mi infatigable lucha por hacerla mía, un nuevo comienzo.
Caminé días y noches
por las calles atestadas de comensales masculinos en busca de jovencitas, y la
vi:
Y entonces la gran bestia amurallada abrió sus fauces,
y exagerando su bocanada, la apartó de mí: “Kandapara”.
Transeúnte sin identidad
Comentarios
Publicar un comentario