BATALLA - DÍA 6

 LA BATALLA DEL AGUA

Jésica Daiana Galeano Jarcousky (Argentina)

 

Hacerlos bañar era una batalla, no sabía por qué sus hijos lo detestaban. O sí, quizá les había quedado el mal recuerdo de entrar en la ducha y encontrarse con que no había agua, o que estaba muy fría o que tenían que esperar largo rato para que se calentara. El tema del agua era complicado en esos tiempos, que, aunque no escaseaba, era para disfrute y bienestar de los poderosos. Los que no poseían las riquezas heredadas debían pagar cada litro diez veces más de lo que realmente valía. Por eso no entendía que sus hijos no quisieran bañarse ¡era el colmo! Más de uno desearía llenar una bañera y zambullirse un rato en agua tibia. Era inexplicable que prefirieran andar con las caras sucias a empaparse con el preciado elemento.

Era el costo del agua lo que más la enojaba, además de que sus hijos no quisieran bañarse, era el sentir que casi todo el sueldo se le fuera en agua. Un recurso que los revolucionarios decían debía ser público, democrático.. Cocinar con agua limpia y lavar con agua era para los poderosos. Los pobres tenían que conformarse con hervir su propia orina para desintoxicarla un poco. Por eso en cuanto tenía la oportunidad de bañar a sus hijos con agua y jabón se sentía en la gloria.

La batalla se volvía descomunal  cuando la mayor empezó a criticar el tener el derecho al agua y no compartirlo y esas teorías nuevas de repartición de los recursos con todos los habitantes de la Tierra. Ahí intuía que estaba el peligro porque si todo se repartía era cuando podía empezar a escasear, o eso decían en los noticieros. El agua era para quienes se esforzaron por trabajar en un estado de derecho, derecho que era dado a quien se esforzara por obtener los recursos para mantenerse a sí mismo y a los suyos. Quienes nacían con dificultades o no querían esmerarse como el resto no merecía seguir en la Tierra, ni consumir el agua. Esta había sido una decisión unánime para preservar lo mejor de la humanidad. La privatización del agua fue una medida ejemplar en ese momento y le había devuelto la energía para trabajar hasta sentirse una elegida en el orden de la nueva humanidad.

Pero, ahora, su hija le venía con esa estupidez de la repartición de los recursos, cuando la misma naturaleza ya había discriminado algunas zonas del mundo privándolas de agua como en los desiertos y la humanidad tuvo que trabajar y pensar cómo sobrevivir. Esta aparente carencia del agua se volvió necesaria para que cada uno sacara lo mejor de sí y la Tierra fuera de los humanos que se volvieran poderosos y ejemplares. Ella como madre sentía que la prueba era dura pero que estaba logrando superarla y no iba a regalar su esfuerzo a nadie. En esto pensaba mientras preparaba la bañadera para su hijo menor, cuando se enteró que en vez de bañarse él, habían invitado a un amiguito a hacerlo porque hacía meses que no se bañaba y necesitaba urgente hacerlo, que lo había conocido en la calle y se lo había prometido.

Cuando vio entrar al niño a su casa con la cara renegrida y los pelos duros, se guardó todos los discursos ejemplares; corrió a buscar una toalla porque todo lo que había pensado antes le sonaron a palabras huecas y vacías que ni siquiera le pertenecían.

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