"¿DE QUÉ PLANETA VINISTE?" - DÍA 9
ESCAPE DE LA
REALIDAD
Mauricio Jacob (Argentina)
Josito corre
descalzo con todo su esfuerzo posible para que la pelota no se vaya más allá de
los límites imaginarios que cruzan el terreno. Logra frenarla antes de perderla
sobre un costado del baldío. Ese baldío que casi a diario ocupa con sus amigos
y otros tantos del barrio para crear jugadas que se desprenden de su
creatividad.
Josito se
reincorpora para encarar hacia el arco, con sus 10 años luce la desteñida
camiseta de la Selección con el nombre de Messi. El celeste ya es violeta en
las franjas verticales y el apellido de su ídolo carece del “si”, pero aún
puede leerse debido al trazo de las líneas que dejaron su marca cuando
desaparecieron.
Inmutable tras
pisar una piedra, trata de dominar el balón. Una tarea poco sencilla al
aparecer tanto obstáculo en ese campo al borde del basural. Pero el pibe se las
ingenia y deja a otro chiquilín por el camino. La pelota, su aliada, muestra el
paso del tiempo y el castigo del uso. Algunos gajos ponen de manifiesto su
intención de abandonar aquel objeto de deseo. Pero no es excusa para quienes
corren tras él, más teniendo en cuenta que contar con otro en mejores
condiciones sería obra de un milagro solidario.
Acelera por la
franja izquierda, engancha de zurda hacia adentro porque quiere perfilarse de
derecha hacia el arco donde está el Negro Godoy. Ese arco colocado por ellos
mismos. Palos como base y atados a estos, unas cañas u otros palos más finos
para ganar algo de altura. Arriba, uno horizontal a modo de unión para darle
forma al destino. Sin palas y en un terreno dificultoso para hacer un pozo, los
gurises se las arreglaron para dejarlo en posición.
No hay área, no
hay líneas, hay piedras, espartillos e incluso algunos cardos. Josito se
posiciona en una zona de disparo, casi frente al arco, sus pies agrietados y
acostumbrados a deambular desnudos, se colocan en un lugar correcto para
finalizar la maniobra. El izquierdo bien afirmado en el suelo para recibir todo
el peso de ese pequeño y delgado cuerpo, el derecho levantado hacia atrás,
listo para cargar velocidad y pegarle de lleno a la pelota con el deseo que
justo el pique acompañe y no le dé mordido para mandarla al diablo.
El chiquilín que
admira a Messi como millones, no merendó a pesar de ser mediatarde. El picadito
no es la razón para dejar de lado la posibilidad de tomar un mate cocido, sino
que es la excusa “perfecta” entre comillas para evadir la realidad que
encuentra en su casa. El pedazo de pan y el plato de comida se miden
milimétricamente día a día y la cosa no da mucho más que para el almuerzo o
desayuno. Son siete hermanos y Josito ayuda cómo puede para tener un bocado de
algo en su panza.
El derechazo es
conectado perfectamente y la pelota sale hacia la meta donde el Negro ya está
dispuesto a despejarla. Se estira lo más que puede hacia el ángulo superior
derecho, pero ese arco es muy alto para él y también para su ilusión de volar
más que nadie en el barrio. El disparo de Josito toma más altura, supera al
pequeño guardameta, da en la parte inferior del travesaño y entra.
Es un golazo. Para
Josito es una creación maravillosa, se siente casi como su ídolo, sin pensar en
nada más que en ese momento maravilloso que le regala el fútbol. “¿De qué
planeta viniste?”, podría colarse en un imaginario relato de tal exquisita
maniobra potreril. A Josito poco le importa en ese instante todo lo demás, su
equipo pasa a ganar con una definición exquisita de su autoría.
La alegría es
detenida abruptamente cuando el Negro le pega el grito enojado. Es que el
travesaño se fue al carajo después del remate, quedó prendido de un solo lado y
eso implica una tarea de ingeniería para colocarlo en su lugar. No hay
escaleras ni sillas, entonces uno se sube en los hombros de otro para levantar
el extremo suelto y dejarlo en condiciones propicias uniéndolo con un cordón.
El partido sigue,
Josito continúa concentrado en ese mundo. Sin importar nada más, al menos por
un instante, al menos por un momento. Él es feliz en ese, su lugar.
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