"¿DE QUÉ PLANETA VINISTE?" - DÍA 9

MENTIR GARPA

Fernando Torrillate (Argentina)

 

Mentir garpa. Podrá ser desprolijo y hasta quizás no se lleve bien con ciertas almas sensibles. Pero quien posee el don del engaño cuenta con ventajas de las que estamos privados los rehenes de la verdad y los creadores de ardides insostenibles. Es como ser ambidiestro, pero con más beneficios. No me refiero, claro, a la simulación criminal o a las falsedades propias de estafadores –abogados, financistas o vendedores de autos- que arrebatan ilusiones, proyectos y patrimonios.

Pero cuando alguien adquiere o hereda la virtud de la simulación es bastante improbable que solo la use para la creación de ficciones y fantasías. Entre el padre capaz de inventar un ensueño maravilloso para habitar de duendes los oídos de sus hijos y el farsante telefónico que le pide a la anciana una transferencia de dinero, hay una frontera tenue que solo se vuelve infranqueable por imperio de la ética o temor a ir a la cárcel.

 

Danilo Pérez Cantón contaba con una segunda ventaja a la hora de hacer verosímiles las invenciones: su fisonomía. Ese gesto de conserje maltratado, la barbilla lampiña y redondeada, sus cejas arqueadas como en señal de asombro, la incipiente calvicie, sus camisas claras y holgadas siempre bajo el cinturón, los lentes de carey bifocales y sus mocasines negros abajo de un pantalón gris pinzado... Todo ayudaba a ver al uruguayo como un solterón amable, algo gracioso y siempre dispuesto a ayudar a sus compañeros y clientes.

 

“¿Cantón prófugo?”, exclamó el gerente en el teléfono y miró hacia el escritorio del agente de Cuentas Sueldo que, efectivamente, ese día no había venido a la sucursal. Ni bien cortó, Zamora le pidió al tesorero el arqueo del día anterior: “Quiero que revisen todo lo que pasó por sus manos”. Hacía rato que el jefe tenía al gordo entre ceja y ceja por puro prejuicio y, aunque cualquier desfalco lo expondría también a él, vislumbró la oportunidad de sacárselo definitivamente de encima. Con el pasar de las horas, la especulación se disolvió.

Danilo estaba siendo buscado a raíz de una denuncia que el cuñado comisario del custodio de la sucursal le facilitó a Zamora. Un tal Santucho, maestro mayor de obras, viudo, de 63 años, sin hijos y domiciliado en Villa Madero, aseguró en sede policial que el uruguayo se había hecho pasar por un ingeniero de la Administración Iberoamericana de Investigaciones Espaciales Integradas (AIIEI). Según el estafado, Pérez Cantón lo había convencido de comprar dos lotes oceánicos de 6.400 metros cúbicos cada uno en el planeta enano Ceres, y le había pedido un adelanto de 90 mil dólares para el boleto.

Hay algo de ingenuidad, claro, en las víctimas del timo. Al menos, lo de Santucho aparecía como un exceso de candidez frente a una trama de dudosa fiabilidad.

Pero la sofisticación con la que el uruguayo envolvió su maniobra no podía menos que ser reconocida. Así se veía en los intercambios de mensajes, los videos y las fotos con las que Cantón engañó a Santucho y que éste presentó a la cana. El gordo, tan bonachón y transparente que lo veíamos, aparecía como un verdadero profesional del parecer, un simulador inteligente y audaz.

En un video de los creados para el choreo y que se viralizó en las redes, un periodista entrevistaba a un boxeador famoso:

-          ¿De qué planeta viniste?

-          De Ceres.

-          ¿Y a qué fuiste ahí?

-          A comprobar que es el reservorio de agua más grande del universo. Pronto La Tierra se quedará seca y solo viviremos quienes lo hayamos previsto.

El encuadre era polémico y los movimientos de la boca del boxeador no coincidían demasiado con sus palabras, pero la afirmación era tan fuerte que nadie sensible se detendría en esos detalles. El periodista y el boxeador aseguraron no conocer al uruguayo y mucho menos a Ceres.

Santucho agregó fotos del planeta enano. Incluso un folleto de sus playas, un informe de la NASA y hasta los recibos que Pérez Cantón había firmado por los 90 mil.

En los años siguientes no supimos nada más del uruguayo timador. Hasta que en el último verano me lo crucé de casualidad en La Pedrera, Departamento de Rocha, Uruguay. Estaba en la mesa de un bar con un empresario y su esposa, entre planos y folletos coloridos.

Levantó la vista y me reconoció. Le guiñé un ojo y pedí la cuenta, para no incomodarlo.

"Su cuenta ya está pagada, señor", me dijo el mozo. Desde su mesa junto a la ventana, el gordo Cantón levantó las cejas, sonrió apenas y siguió con su plan celestial.

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