PUÑO - DÍA 4

 Celeste Gioia (Argentina)

 “Osaka”

I

Llamé con la misma ansiedad y desesperación de antaño. Esperé.

 

II

Ella se asomó por la rendija de la puerta, pudiendo yo desde donde estaba, percibir el perfume inmaculado que emanaba la blancura de su piel. Entonces me vio… y la puerta se abrió lo suficiente para que pudiera ingresar sin levantar las sospechas de los vecinos del piso. Sus gatos –astutos evasores de presencias humanas- partieron tras notar mi presencia. Nos abrazamos: creo que ella lloraba… ¿o era yo quien lloraba?

 

III

Como envuelto en la cascada de su pelo negro azabache, me vi arrastrado al mundillo del placer que sólo ella podría darme. El contacto de las pieles sudadas se transformaba cada vez, en un portal que me permitía recordar y volver a experimentar nuestros encuentros clandestinos. Ambos éramos conscientes de lo efímero de estos desvelos y de lo imposible de estar juntos… pero estas certezas permanecían eclipsadas mientras durara mi estadía en la ciudad.

Me serví una medida de whisky y encendí un puro, mientras la observaba caminar desnuda. Traté de contar las marcas de los azotes que garabateaban su espalda, y cuando creí haberlo logrado, ella se cubrió con una bata rojiza. Se acercó, acarició mi frente y sin despedidas mediante, se encerró en el cuarto de baño.

Nos reencontraría la próxima primavera.

 

IV

Repasé las estrategias e hice una relectura de los gráficos. La reunión era clave: en menos de dos horas se definiría el porvenir de la empresa.

Mi esposa parecía percibir mi nerviosismo: observando mis intentos fallidos por lograr realizar un nudo de corbata decente, se acercó a mí y puso orden al puño izquierdo de mi camisa que claramente desentonaba con el derecho, luego hizo un nudo perfecto decorándolo con un broche.

Antes de retirarse de la habitación, simplemente dijo: “queda un resto de rouge en el cuello de tu camisa, no pude quitarlo”.

Transeúnte sin identidad

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