ZURDO - DÍA 7

 

MI ÉPOCA EN MONTONEROS

Jésica Galeano Jarcousky (Argentina)

 

En esa época creíamos que ser zurdo era lo mejor, que la izquierda salvaría al país de la opresión y de la desigualdad social. Nosotros, los jóvenes, llevaríamos adelante la revolución en América Latina. Por esos años el Che Guevara era nuestro héroe, un argentino en la Revolución Cubana.

Influenciada por esta corriente de cambio, de utopía y de liberación de lo que creíamos ya caduco fue que me uní a los Montoneros. Un grupo que comenzó como un partido político que alentaba a alumnos desde secundaria a luchar por causas nobles, hasta reclutarlos y capacitarlos en el uso de armas.

Fue un sueño lo que viví al principio en la agrupación, me llevaron a Cuba y pude ver a Fidel Castro, empaparme de su valentía y de lo que creíamos sería el nuevo orden mundial. Caería la represión, las riquezas se repartirían con todos los habitantes y haríamos una revolución en Argentina tal como lo hicieron los nicaragüenses; combatieron la dictadura de Somoza, haciéndola caer después de cuarenta años de mandato. Si ellos habían podido, nosotros también. Más con el país dado vuelta después de la muerte de Perón  y de la inútil de su esposa Isabelita, que todos sabíamos que no era ella quien gobernaba, sino López Rega.

Éramos jóvenes e ingenuos y la causa era más importante que nuestras vidas, “Patria o muerte” era nuestra frase. Estábamos dispuestos a dar la vida por la patria, sí. Cuando las cosas se pusieron pesadas, la mayoría de nuestros amigos montoneros murieron. Recuerdo que vivía con temor a que me “chuparan”, cualquier día podía desaparecer. Ir a la Universidad en ese entonces tampoco era muy seguro, nos vigilaban y había que cuidarse de lo que decías porque podía haber infiltrados, alumnos “falsos” matriculados sólamente para detectar subversivos. Así nos llamaban a los que militábamos en Montoneros. Fueron años de terror, de esa dictadura que empezó antes de que la gente lo supiera. Recuerdo que para el 75 ya habían desaparecido varios compañeros. Algunos de ellos recién habían entrado a la agrupación, no habían participado de ningún operativo, eran apenas aprendices que llevaban pancartas, pero los descubrieron y nunca más supe de ellos.

Cuando la cosa se puso más pesada, para el 76 decidí decirles a mis padres la verdad, tenían derecho a saber que si no volvía era porque me habían llevado los militares, por mis ideales, por querer cambiar el país, les aclaré que nunca había matado a nadie y que lo que los medios llamaban enfrentamientos no lo eran. En su mayoría no había posibilidad de lucha, eran fusilamientos a cielo abierto, sin juicio previo, ni nada. Que no traicionaba a la patria, que era todo lo contrario, estaba defendiéndola. Mi mamá lloró desconsoladamente, mi padre solo dijo: Vamos a tener que pensar donde esconderte.

Ese 16 de septiembre de 1976 supe que se llevaron a muchos chicos, especialmente de secundaria, la llamaron la noche de los lápices. Con los años supe que a mí me buscaron también, pero por suerte mi papá me había mandado a Uruguay con una tía suya.

Salí de Montoneros sin dar la vida y con vergüenza por haberme salvado, pero con la tranquilidad de que no vería a mi madre llorar sin saber si algún día me encontraría. Por eso cada 24 de marzo camino junto a las Madres de Plaza de Mayo, por mis compañeros ausentes, por sus ideales destrozados. Camino junto a ellas sabiendo que  mi madre podría haber sido una.

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