FIN DEL MUNDO - DÍA 23

El viejo Muñoz

Gabriel Esteban Gómez (Argentina)


No es casualidad que el último cuento de ésta serie sea sobre el viejo Muñoz, baluarte del barrio de Villa Crespo, vecino ejemplar y querido por todos los que pudimos conocerlo en estos años. En pocas palabras, don Ricardo como lo tratábamos de chicos, reúne muchas de las cosas que hacen a un porteño de ley: tanguero, fanático de fútbol y muy fanfarrón, hasta en las pequeñas cosas.
Vivió siempre en su casita de la calle Serrano, y ocupó siempre lugares en donde dar una mano se trata: cooperadora de la escuela, sociedad de fomento barrial, y demás estamentos donde dar una mano se transforma casi en una obligación.
Ha de andar por los ochenta y pico, y su vida que fue un regalo para los vecinos, de a poco se le ha complicado por una salud que no es precisamente buena. Muchas cosas en contra, pero principalmente un corazón -justamente él que lo regaló todo en vida- que ya no da más y siempre le hace un llamado de atención.

Como decía una de sus pasiones de siempre fue el fútbol, de Atlanta de toda la vida por el barrio, y principalmente loco por la selección argentina, sea el equipo que sea. Gozó en su momento con Kempes, después con Diego y ahora hacía bastante que esperaba lo mismo de Messi, a quién amaba en silencio y discutía en público cuando alguien osaba criticarlo. Pero su complicada salud desde hacía un tiempo iba en contra de una de sus pasiones. En chiste decía que era una nueva versión del viejo Casales, ese querible personaje del cuento de Fontanarrosa, y que en cada partido importante debía cuidarse mucho para no irse ¨para arriba¨. Imaginen en un Mundial como éste que la cosa fue subiendo en locura y nervios. A todos los partidos por precaución los escuchó por radio intentando mantener una calma ficticia que nunca logró. En el de Holanda tuvo picos de presión y dolores en el pecho que anunciaban lo peor, pero pudo zafar apagando la radio y esperando los festejos en el barrio.

Pero llegaba la Final y empezó a preocuparse en serio, se dijo entonces a sí mismo: ¨me voy a el fin del mundo e intento zafar de una muerte segura. Y así lo armó, el sábado temprano se subió a un avión y voló a Ushuaia, y de allí se corrió hasta bahía Lapataia donde reservo una cabaña hermosa con vista al lago. Se aseguró previamente que el lugar no tuviera ni internet ni televisión y así marchó a su ¨clausura futbolística¨.
Jura que no escuchó ningún grito ni festejo, y aunque estuvo a punto de abrir su celular, se contuvo ante un acelere de su corazón insignificante.

Volvió a la ciudad, camino al aeropuerto, cerca de media tarde y los festejos que esperaba encontrar ya habían comenzado en las calles céntricas. Se bajó del taxi un ratito, miró al cielo y agradeció a Messi y a Diego con lágrimas en los ojos: ya tenemos la tercera se dijo. Y siguió camino.

Hoy ya está en su casa, y su genio no puede con su mente: esto ya es cábala, en el próximo Mundial me voy seguro a el fin del mundo.
Hoy en la continuidad de los festejos, hay un hombre feliz por demás: el viejo Muñoz pasa enfundado en una bandera argentina y grita como si fuera la última vez.

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