PERDIDOS EN BANGLADESH - DÍA 20
HAMBRE DE GOL
Fernando Torrillate (Argentina)
Habíamos estado una hora perdidos en
Bangladesh, recorriendo Tongi, en las afueras de Daca. En algún momento Nazmul,
nuestro joven guía, desapareció y temimos que la noche nos encontrara lejos del
hotel. Sin darnos explicaciones, nos ofreció buscar su auto con el que nos
llevaría de regreso a Daca, porque “a
esta hora ningún taxi irá”. “Nadie se quiere perder el partido con Croacia”,
nos dijo en su español rudimentario pero entendible.
Cuando entramos a su casa quedamos
pasmados. Parecía decorada para nosotros, con banderas y objetos con colores
argentinos, además de fotos de Maradona y Messi apoyadas en la mesa sobre la
que brillaba un televisor encendido. En dos sillas, a un lado de la TV estaban
Tania y Kazi, los padres de nuestro guía, que se incorporaron sonrientes al
vernos entrar. Enseguida, Tania trajo vasos con borjani y su padre comenzó a hablarnos en bengalí. Nazmul
traducía:
“Mi padre y mi madre desean
invitarlos a cenar. Sería un honor que ustedes vieran el partido de Argentina
en esta casa”,
nos ofreció.
-
Es muy amable tu invitación, Nazmul.
Pero mañana partimos a Calcuta y debemos prepararnos.
El padre interrumpió a Ciro en su
idioma.
-
Dice mi padre que él mismo podrá
llevarlos luego del triunfo de Argentina. Y mi madre ya tiene preparados platos
muy ricos para que puedan probar.
La invitación nos tentó y accedimos.
La cena fue exquisita. Empezó con
unas empanadas fritas llamadas sambousek y
luego un pollo tikka masala. Para el
postre, un delicioso rajbhog. La casa
y el propio barrio de Tongi en el que se asentaba eran humildes, por lo que
imaginamos que estos manjares significaron un sacrificio para la familia.
Aprovechamos el rato que faltaba
para el inicio del partido para que nos contaran del amor de los habitantes de
Bangladesh por la selección argentina. El relato lo hizo Kazi, y Nazmul se
esforzó por mantener la intención y emoción de su padre en la traducción.
El padre de Kazi sobrevivió a la
llamada Hambruna de Bengala de 1943, cuando tenía apenas doce años. Un hindú lo
recogió en la ruta, adonde llegó solo, dejando atrás al último de sus hermanos
casi vivo. Toda su familia murió en aquella última jugada siniestra de
Churchill, quien mediante el bloqueo de lo que era la Provincia de Bengala, en
ese entonces colonia británica, intentó limitar el avance de Japón. Entre dos y
tres millones de bengalíes murieron de hambre por culpa del Reino Unido, a
pesar de ser una región fértil y productiva.
“El abuelo Hasan fue criado en
India, pero quiso volver Chittangong apenas cumplió los 20 años, para rastrear
a su familia. En esa ciudad puerto había nacido poco antes de la guerra, en una
familia de pescadores. Pero ninguno pudo sobrevivir a la hambruna impuesta por
los británicos, así que se radicó en esta ciudad, donde se casó y formó
familia. Hasan amaba el fútbol y, aunque era difícil practicarlo, tuvo varias
pelotas que cuidaba como joyas y no se perdía ninguna trasmisión”, nos contó Kazi por boca de Nazmul.
El 22 de junio de 1986, el mercurio
marcaba más de 32 grados Fahrenheit en Tongi cuando comenzó el partido entre
Inglaterra y Argentina en el Estadio Azteca. “Esa foto de Diego mirando el cielo está en el mismo lugar de esta casa
en el que estaba hace 36 años”, relató. Cuando hizo el primer gol, nos
contó Kazi como viendo la escena, el abuelo Hasan se tiró al piso y se puso a
llorar. La abuela y sus hijos trataron de sacarlo de la crisis pasional que le
generó La Mano de Dios, pero el hombre de 55 años y una vida muy curtida no
podía despegarse del piso y repetía “por
fin, por fin”. Tan conmovido estaba Kazi por esa venganza sudaca que no
pudo ver en vivo el segundo gol de Maradona, el más magistral firulete
futbolístico que haya regalado este deporte a lo largo de su historia. Hasan
sintió a sus hijos festejar a su alrededor y apenas levantó la cabeza para ver
la repetición. Luego, se incorporó y se fue a fumar a la puerta de su casa.
“Creo que esa emoción le abrió el
corazón para siempre”,
dijo Kazi mirándonos a los ojos emocionado y agregó en español: “Maradona también es nuestro”. Hablaba
por él, por Hasan y los dos o tres millones de bengalíes que se arrastraron
famélicos hacia la muerte por culpa de Churchill y la guerra.
Esa noche, vimos juntos el partido.
Y tardamos en volver al hotel, porque en las calles de Tongi miles de personas
salieron a festejar el triunfo de la selección que aman, porque sienten que es
la de ese Dios que vengó a millones de sometidos en el mundo.
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